divagaciones mentales de una mujer que comenzó a disfrutar

Como una ráfaga de aire, llegan a mis ojos palabras que esconden algo. Palabras que develan quizás la mentira incomprensible.

Esperanza.

Tibios los labios, nos escondemos en la penumbra de la habitación, en lo más profundo de las sábanas abandonamos nuestros cuerpos para dejar descanzar a las almas. Un juego de pieles que podrá sólo trernos problemas. Un juego al que ya nos acostumbramos. El juego más peligroso al que nos hemos sometido.

Espera.

Los árboles siempre han tenido ese efecto en mí. Es como una droga de mirar. Es el hecho de no poder poseerlos lo que los hace tan interesantes. Es su permanencia contínua, inalterable. Es que estén siempre en el mismp lugar, pero que a su vez cambien todo el tiempo. Jamás encontrarás dos iguales y el mismo jamás será como fue el día anterior. Son como tú, como yo. Como debería ser el amor.

Siente.

Esperas el bus como todas las mañanas. En la calle llueve. Las gotas caen raudas y dejan tus mejillas insensibles. Tus manos escondidas tras esos gruesos guantes negros terminan por desnudarse y entregarse a aquel festín que tanto aman. Tu cabello se suelta, se moja y se deja a expensas de la ventolera de un abril cualquiera. Pero sabes que no es un abril cualquiera. Dejó de serlo cuando cruzaste aquel mar que siempre fue tu gran obstáculo. Estás donde siempre quisiste estar. No, no es un abril cualquiera.

Vive.




Reacción producto de palabras que aún deambulan en mi cabeza. Sorpresa es la única palabra que puedo articular, por ahora.