Avanzas. El frío de la noche contrae tus pies saltarines, que ya no lo son tanto. Vas como pisando una frágil capa de algo, de nada. Sin embargo sigues tu camino, delicada, cuidadosa, casi evocando una danza maravillosa ancestral. Una danza troglodita, involucionada, desastroza. Hermosa caminas como si nada más importara, como si de verdad creyeras en el futuro.
Como si en serio te tragaras la idea de que estamos acá y no es todo una iinvencíon. Como si en serio el aquí y el allí y el otra parte tubiesen un significado real y concreto. Como siquiera la palabra concreto tubiera algún sentido. Como si el tiempo no fuese un artilugio ridículo, absurdo, inverosímil. Cómo si la vida, la realidad, la ciencia y la estupidez cupieran todas juntas en un saquito que tiene un nombre más absurdo aún: verdad.
Las almas que, perdidas deambulan por los rincones de la verosimilitud programada, de lo que otras tantas cabezan crearon para que todo tubiese sentido, pero no lo tiene. Lógicamente, la realidad es relativaa.
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