Sunday, September 27, 2009

no words at all.

La esperanza se alimenta de los lugares y espacios menos imaginados. La imaginación despega mis pies del suelo furme y la grama húmeda, y me convierte en un volantín que se eleva, y va por los cielos seguida por el vértigo extremo del miedo a caer. Y ahora el miedo pasó a ser deseo. Deseo que se convierte en tormentas y ráfagas de aire tibio, que llena mi cuerpo de sensaciones que no quería, que no buscaba.
Y me convierto en una cabeza turbada, que deja de ser dueña de su cuerpo. Un cuerpo que sólo va siguiendo instintos. Una boca que exterioriza vocaciones ininteligibles, y desmesurados, absurdos, patéticos y desesperados. Miles de signos pegados que al fin de cuentas no significan nada. Palabras que el viento destroza sin permiso, sin misericordia y sin respeto.
Y ahora hay una tormenta.
Ella, envuelta en su abrigo, se cobija como puede de los goterones que invaden las callejuelas de la pequeña ciudad. El río en medio de la misma está tormentoso pero estable. El viento lo pavonea casi de modo elegante, y la lluvia lo perturba de un modo tan geométricoy cuadrático que parecía una danza, bellísima, escondida entre los pequeños puentes peatonales que algunas manos cansadas construyyeron hace varios cientos de años.
Él en cambio caminaba a paso firme a lo largo del río. Observó a lo lejos la silueta de la mujer. Una sonrisa inundó sus labios mientras sentía su corazón latir más estrepitoso con cada paso. ella se dio vuelta y lo observó. Ya no se veñia igual pero sus ojos le demostraron que seguía siendo el mismo de antaño, el mismo fugitivo soñador de hace años. Ella ante sus ojos mantenía, a la vez, la misma ternura pasada, y aquel aire inocente, sobre el que las experiencias se vierten sin cabiarla, inmutable. Ninguna palabra fue nescesaria para marcar aquel reencuentro. Posaron los ojos uno sobre otro como siempre, como nunca. Lentamente sin saberlo y sin reconocerlo, la distancia entre ellos desapareció, y lo inevitable retornó a sus labios.
Una lágrima en su mejilla, borrada por las gotas de lluvia los sacaron de su ensimismamiento, y continuaron caminando, a través del pequeño puentecillo, con los dedos entrelazados, sin decir ninguna palabra.

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